martes, julio 17, 2007

entre cuadernos

Estaba recogiendo las cosas y en un cajón encontré un billete de ida. Un viaje largo, muy largo, solitario, con lo que, por aquellas fechas, era un brillante destino. Me paré en silencio. Tal vez hubo la remota posibilidad de que una tímida lagrima se asomara por mis ojitos. Pero en vez de eso sonreí y en mi mente contemplé los pies sobre la tierra y nunca al revés.

Dejé el billete a un lado y vi otros billetes más. Los billetes de vuelta de salto en salto. La vuelta siempre resultaba difícil, ya fuera por la despedida o por los kilómetros a desandar. Odio las despedidas, sean un adiós o un hasta luego, quizá sea por la insaciable necesidad de estar con quienes me hacen reir (aunque tenga la facilidad de reirme yo sola y porque sí, porque me da la gana soltar una carcajada y me río y ya está), tal vez son un ademán de ser humana, porque dicen que los humanos no somos capaces de vivir solos (aunque hayan habido veces que quisiera estar encerradita en mi burbuja, sola solita sola). A lo que iba, que me lío. Aún no entiendo porqué a veces sentía que quería huir, huir de todo, tener una vida normal, y a la vez me sentía tan bien y al marcharme lo echaba todo tanto de menos. Quién sabe.

Cerrado el cajón, algún día reencontraré esos billetes de las idas y las vueltas que me di y volveré a sonreir.

1 comentario:

Miguel dijo...

Yo siempre tiro mis billetes. No es que no me guste mirar atrás. Es sólo que no lo hago.